¡Es por culpa de Polina, todo es por culpa de Polina!

Por estas palabras de Alexei Ivanovich  podría pensarse que la causa de todos los males que le suceden al protagonista la tiene la volubilidad de Polina, sus caprichos insensatos.
¿Es realmente así? ¿De qué es realmente culpable Polina? ¿Qué es lo que no la deja vivir en paz? Recordemos que cuando Alexei aparece cargado de dinero, ella, que  había estado esperando durante toda la noche (en una acción que según los parámetros de la época es absolutamente indecorosa) en la habitación del tutor, desaparece, huye.

Aquí vuelve a surgir la relación de todos con el dinero y también la relación de cada uno consigo mismo: 

Lo único que sabemos es que Polina necesita dinero urgentemente: empeña sus brillantes, hace que  Alexei Ivánovich juegue por ella,... está desesperada porque la forma en que está pagando su deuda con el francés es siendo su amante, lo que la rebaja ante sí misma hasta el punto de que es incapaz de perdonarse.

Las conversaciones entre Polina y Alexei nos muestran en efecto a una joven caprichosa, que cambia de parecer y que tan pronto otorga al joven  toda su confianza como se comporta con altivez. Polina sabe que él la ama y se siente indigna de ese amor. Él, que desconoce su relación con el francés (aunque de alguna forma la intuye), cree que la razón por la que ella no puede amarlo es por su condición social,  (al fin y al cabo es un subordinado, un empleado de su padrastro) y esta desesperación por sentirse rebajado, se repite en la novela cada vez que el outchitel habla con el general o con el francés, llevándolo a comportarse con vehemencia y con extravagancia simplemente para afirmarse para como hombre, para quitarse la sensación de ser menos cuando en realidad él ve sus miserias y sabe que puede tratarlos de igual a igual, que podría ser uno más, pues es tan bueno como ellos, mejor que muchos y que todo lo que ansía (el reconocimiento social, el amor de Polina) parece que estaría a su alcance... si tuviera dinero.

Mientras que en crimen y castigo Raskolnikov y Sonia encuentran consuelo y el crimen puede redimirse, en el jugador, ambos jóvenes se pierden: él en el vértigo de la ruleta, ella ahogándose en culpa: rota la relación con el francés,

Comparemos ahora la actitud de Polina con la actitud de Mademoiselle Blanche: esta última ha tenido muchos amantes, ha pasado tranquilamente de uno a otros. Sus sentimientos no se ven comprometidos en ninguna de las relaciones con los hombres adinerados de los que se rodea. Vemos como con total frialdad despoja a Alexei de su fortuna sin ocultar sus intenciones: lo hará feliz (si él pudiera llegar a serlo) durante un mes o dos: hasta que dure el dinero, después se separarán. 

No hay remordimientos para la francesa, se insinúa que tiene tratos con el francés, sabemos que se ofreció a un barón y que aunque ansía ser generala, podemos estar seguros de que no cambiará la conducta que ha seguido hasta el momento. Mientras que Polina se detesta, Blanche se gusta.

No podemos pasar por alto una característica peculiar de esta novela. En el realismo predominan los narradores omniscientes, sin embargo, aquí nos encontramos con un relato en primera persona, por lo tanto sabemos de la realidad lo que Alexei Ivanovich nos dice, vemos lo que él ve. Tendremos que tener en cuenta que nadie es autotransparente: tanto él como nosotros vemos la realidad filtrada por sus sentimientos y por sus necesidades. Aunque el francés sea odioso, el general fatuo, el inglés flemático y mademoiselle Blanche interesada, y si duda lo son, también sin duda lo son mucho más para sus ojos, para la mirada encendida y apasionada del protagonista.

¿Por qué escribió Dostoievski la novela en primera persona? Por una parte así podemos sumergirnos en las vorágine del juego y la adicción junto con Alexei, por otra perdemos objetividad: el espejo en el camino del que hablaba Stendhal es aquí un espejo deformado o cuando menos empañado, al menos tanto como la vida del jugador, envuelta en neblinas que ocultan todo La vida del jugador, su mirada ,también está empañada, y sería difícil desvelar el empequeñecimiento del horizonte del adicto, que solo percibe el movimiento giratorio de la ruleta, de una forma mejor que velando la realidad, y eso es lo que hace el autor: ponerle al mundo un filtro, los ojos de Alexei Ivanovich que tiñen de emoción y de necesidad aquello en lo que se fijan.

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