La Ilíada narra la larga lucha que tiene lugar entre los griegos y los troyanos tras el rapto/fuga de Helena.
Las descripciones que Homero hace de la guerra son muy vívidas, tanto que llegan a agobiarnos:
Así diciendo, hizo el disparo,
y el dardo lo enderezó Atenea
a la nariz, al lado de un ojo,
y le atravesó los blancos dientes.
Y el implacable bronce le cortó
la raíz de la lengua, y la punta
de la lanza salió fuera, al lado
de la parte más baja del mentón.
La Ilíada contiene de muertes similares: el cuerpo de un hombre que acabaos de conocer ha sido desgarrado, sus entrañas se esparcen mientras cae, arañando el polvo "y la oscuridad se arremolina densa a través de sus ojos".
Aquiles tal vez sea el guerrero sin comparación entre los griegos, pero, como pasa la mayor parte del poema fuera de escena alimentando el rencor en su tienda, no es el máximo héroe de la Ilíada. Este papel queda reservado para Héctor el "domador de caballos", hijo del rey Príamo y de la reina Hécuba, hermano de Paris; el hombre que apenas sin ayuda alienta a las tropas troyanas con su espíritu de lucha sin olvidar nunca que su destino es morir en las llanuras de Troya, dejando abandonada a su esposa Andrómaca y a su hijo Astianacte.
El Héctor de Homero, a pesar de ser "un león impaciente por combatir" es un sujeto mucho más complejo que sus principales adversarios; detrás de la fachada belicosa hay un hombre de temperamento dulce, como lo llama Helena, y, al final, no será rival para Aquiles.
Héctor se aleja un momento de la batalla para tener el que sospecha será su último encuentro con " mi querida esposa y mi hijito pequeño". Homero en esta reunión familiar se permite una ternura verbal que raramente se encuentra en su poema dice que Héctor "dirigióle al niño una mirada y se sonrió en silencio". El silencio es importante, pues Héctor no es un hombre efusivo.
Al querer abrazar al niño, este se asusta de su propio padre revestido con la armadura:
aterrado ante el bronce y el penacho
de crines de caballo,
que tremendo veía
pender de lo más alto de su yelmo.
Echáronse a reír
su padre y también su augusta madre.
Y al punto, se quitó de la cabeza
el glorioso Héctor
su yelmo y, reluciente,
en el suelo lo puso:
y él, entonces, a su hijo querido,
después de darle un beso
y meterle en sus brazos,
dijo a Zeus suplicando
y al resto de los dioses:
¡Zeus y demás dioses!,
concededme ahora mismo
que este mi niño sea
como yo fuera otrora, justamente,
señalado entre todos los troyanos
y, como yo, esforzado,
y que reine en Ilión con poderío.
¡Y ojalá que un buen día diga alguien:
"mucho más bravo es este
que su padre incluso"!
Esta escena, que Homero remata diciendo por boca de Héctor que "ningún varón existe que su propio destino haya esquivado, lo mismo da cobarde que valiente, desde el primer momento de su vida" al tiempo que regresa a la batalla es única en la Ilíada y probablemente la primera vez que aparece reflejado en la literatura el lazo de afecto de una pareja más allá de la exaltación sexual, hasta tal punto que algunos la consideran como un adelanto del amor romántico que no llegaría a la literatura hasta la tradición cortesana.
Héctor muere a manos de Aquiles y su cuerpo es arrastrado por este hasta que Príamo le suplica que le deje honrar a su hijo y son precisamente los ritos funerarios en honor a Héctor los que cierran la Ilíada, es su nombre, el que aparece en el último verso:
Y,, arena derramando,
el túmulo erigieron:
después de eso volvíanse a sus casas;
y luego, reunidos, celebraban
un glorioso banquete, cual conviene,
en la morada de Príamo, el rey
que de la estirpe del dios procede.
Así ellos las exequias celebraban,
de Héctor el domador de caballos.
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