EL DISCURSO DE PERICLES, SEGÚN TUCÍDIDES
Publicado por MC en 13:09 Etiquetas: Arte para diletantes
I.
La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta
tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este discurso
en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con ocasión del
entierro de los caídos en combate era algo hermoso. A mí, en cambio, me habría
parecido suficiente que quienes con obras probaron su valor, también con obras
recibieran su homenaje –como este que veis dispuesto para ellos en sus exequias
por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un
buen orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos.
Es
difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no
es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien
informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy
posible que encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y
de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más
probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de
sus propias posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración.
Porque los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien
los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar
los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir
envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos
también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí
estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar
ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea
posible.
II.
Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo
tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este
homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de
sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta
nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros
padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no
sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de
hoy.
En
cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que
estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la
plenitud de la edad, quienes lo hemos incrementado, al paso que también le
hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la
paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las
cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como
asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos
ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no
quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos. Antes,
empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué
normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias
a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado
referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será
provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda
escuchar.
III.
Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos;
más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para
algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en
favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado
democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la
defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera
que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se
lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es
pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la
patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.
Tenemos
por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las
rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando
él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque
innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos
indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor,
jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de
mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que
son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos
consideran vergonzoso infringir.
IV.
Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a
nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto,
certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el
año, sino que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio
bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía.
Y
gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo
el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro
provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos.
V.
A nuestros enemigos les llevamos ventaja también en cuanto al adiestramiento en
las artes de la guerra, ya que mantenemos siempre abiertas las puertas de
nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros para
impedir que se conozca o se presencie algo que, por no hallarse oculto, bien
podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo.
Y
es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de
alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas. Y en cuanto a la
educación, mientras ellos procuran adquirir coraje realizando desde muy jóvenes
una ardua ejercitación, nosotros, aunque vivimos más regaladamente, podemos
afrontar peligros no menores que ellos.
Prueba
de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus
expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus
aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo
en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor parte de las veces
nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno de nuestros enemigos
se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras fuerzas reunidas,
pues simultáneamente debemos atender la manutención de nuestra flota y, en
tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares. Sin embargo, cada vez que
en algún lugar ellos se trenzan en lucha con una facción de los nuestros y
resultan vencedores, se ufanan de habernos rechazado a todos, aunque sólo han
vencido a algunos, y si salen derrotados, alegan que lo fueron ante todos
nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos afrontar los peligros
de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con arduos
ejercicios, ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita
en ordenanzas, les llevamos la ventaja de que no nos angustiamos de antemano
por las penurias futuras, y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos
valor que ellos viven en permanente fatiga.
Pero
no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad merece ser
admirada.
VI.
En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber
sin ablandarnos. La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar
algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para
nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por
evitarla. Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus
asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté
entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente.
Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que
no participa en las tareas de la comunidad.
Somos
nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la
cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate,
sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a
cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferenciamos de los demás
en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las
acciones que estamos por emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros
la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos.
Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual
aquellos que, conociendo tanto los padecimientos como los placeres, no por ello
retroceden ante los peligros.
También
por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya
que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos.
El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con
sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe
favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad
de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo
estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de
conveniencia, sino por nuestra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar
nuestra ayuda a cualquiera.
VII.
Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para
toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta
para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la
mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional alarde retórico, sino
la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo que nuestra ciudad ha
alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las
actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya
victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su
desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a
sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo.
Nuestro
poderío, pues, es manifiesto para todos, y está ciertamente más que probado. No
sólo somos motivo de admiración para nuestros contemporáneos, sino que lo
seremos también para los que han de venir después.
No
necesitamos ni a un Homero que haga nuestro panegírico, ni a ningún otro que
venga a darnos momentáneamente en el gusto con sus versos, y cuyas ficciones
resulten luego desbaratadas por la verdad de los hechos. Por todos los mares y
por todas las tierras se ha abierto camino nuestro coraje, dejando aquí y allá,
para bien o para mal, imperecederos recuerdos.
Combatiendo
por tal ciudad y resistiéndose a perderla es que estos hombres entregamos
notablemente sus vidas; justo es, por tanto, que cada uno de quienes les hemos
sobrevivido anhele también bregar por ella.
VIII.
La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a
la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por
algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de
bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al
elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.
La
mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he
celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de
otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse,
como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformidad con sus obras. Su
muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimonio de su valentía, ya su
confirmación postrera, demuestra un coraje genuinamente varonil. Aun aquellos
que puedan haber obrado mal en su vida pasada, es justo que sean recordados
ante todo por el valor que mostraron combatiendo por su patria, pues al anular
lo malo con lo bueno resultaron más beneficiosos por su servicio público que
perjudiciales por su conducta privada.
A
ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando de su riqueza; a
ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de su pobreza y enriquecerse
algún día. Tuvieron por más deseable vengarse de sus enemigos, al tiempo que
les pareció que ese era el más hermoso de los riesgos. Optaron por correrlo, y,
sin renunciar a sus deseos y expectativas más personales, las condicionaron,
sí, al éxito de su venganza. Encomendaron a la esperanza lo incierto de su
victoria final, y, en cuanto al desafío inmediato que tenían por delante, se
confiaron a sus propias fuerzas.
En
ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que a salvarse huyendo,
evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus personas.
Al
morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se hallaban más en
la cumbre de la determinación que del temor.
IX.
Estos hombres, al actuar como actuaron, estuvieron a la altura de su ciudad.
Deber de quienes les han sobrevivido, pues, es hacer preces por una mejor
suerte en los designios bélicos, y llevarlos a cabo con no menor resolución. No
sólo oyendo las palabras que alguien pueda deciros debéis reflexionar sobre el servicio
que prestáis –servicio que cualquiera podría detenerse a considerarse ante
vosotros, que muy bien lo conocéis por propia experiencia, señalándoos cuántos
bienes están comprometidos en el acto de defenderse de los enemigos–; antes
bien, debéis pensar en él contemplando en los hechos, cada día, el poderío de
nuestra ciudad, y prendándoos de ella. Entonces, cuando la ciudad se os
manifieste en todo su esplendor, parad mientes en que éste es el logro de
hombres bizarros, conscientes de su deber y pundonorosos en su obrar; de
hombres que, si alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás pensaron en
privar a la ciudad del coraje que los animaba, sino que se lo ofrendaron como
el más hermoso de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su
comunidad, se hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura
más ilustre.
Esta,
más que el lugar en que yacen sus cuerpos, es donde su fama reposa, para ser
una y otra vez recordada, de palabra y de obra, en cada ocasión que se
presente.
La
tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo
una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero
pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el
espíritu de cada hombre.
Imitad
a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en
la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra. Quienes con más
razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno
esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un revés de
fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de experimentar
una derrota, el cambio sería particularmente grande.
Para
un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la
dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamente y
compartiendo una esperanza.
X.
Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis aquí presentes,
más que compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que habéis ya pasado por las
variadas vicisitudes de la vida, debéis de saber que la buena fortuna consiste
en estar destinado al más alto grado de nobleza –ya sea en la muerte, como
éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y en que el fin de la felicidad que nos
ha sido asignada coincida con el fin de nuestra vida. Sé que es difícil que
aceptéis esto tratándose de vuestros hijos, de quienes muchas veces os
acordaréis al ver a otros gozando de la felicidad de que vosotros mismos una
vez gozasteis. El hombre no experimenta tristeza cuando se lo priva de bienes
que aún no ha probado, sino cuando se le arrebata uno al que ya se había
acostumbrado. Pero es preciso que sepáis sobrellevar vuestra situación, incluso
con la esperanza de tener otros hijos, si es que estáis aún en edad de
procrearlos. En lo personal, los hijos que nazcan representarán para algunos la
posibilidad de apartar el recuerdo de los que perdieron; para la ciudad,
entretanto, su nacimiento será doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que
ella se despueble, sino que la hará más segura, ya que nadie puede participar
en igualdad de condiciones y equitativamente en las deliberaciones políticas de
la comunidad, a menos que, tal como los demás, también él exponga su prole a
las consecuencias de sus resoluciones.
Y
aquellos de vosotros que habéis llegado ya a la ancianidad, tened por ganancia
el haber vivido felizmente la mayor parte de vuestra vida, considerad que la
que os queda ha de ser breve, y consolaos con la fama alcanzada por éstos
vuestros hijos. Lo único que no envejece, en efecto, es el amor a la gloria; y
cuando la edad ya declina, no es atesorar bienes lo que más deleita, como
algunos dicen, sino recibir honores.
XI.
Y en cuanto a vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas víctimas de
la guerra, veo grande el desafío que tenéis por delante, porque solamente aquel
que ya no existe suele concertar el elogio de todos; a duras penas podréis
conseguir, por sobresalientes que sean vuestros méritos, ser considerados no ya
sus iguales, sino incluso sus cercanos émulos. La envidia de los rivales la
sufren quienes están vivos; el que, en cambio, ya no representa un obstáculo
para nadie, es honrado con generosa benignidad.
Y
si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también decir algo
acerca de las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un breve
consejo: grande será vuestra gloria si no desmerecéis vuestra condición natural
de mujeres y si conseguís que vuestro nombre ande lo menos posible en boca de
los hombres, ni para bien ni para mal.
XII.
En conformidad con nuestras leyes y costumbres, pues, queda dicho en mi
discurso lo que me parecía pertinente. Ahora, en cuanto a los hechos, los
hombres a quienes estamos sepultando han recibido ya nuestro homenaje.
De
la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud, se hará cargo
la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas víctimas, y a
los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas. Cuando los más
preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía,
entonces también posee ella los ciudadanos más valientes.
Y
ahora, después de haber llorado cada uno a sus deudos, podéis marcharos.
LA MALDICIÓN DE LA CASA DE ATREO
Publicado por MC en 15:34 Etiquetas: Arte para diletantes
Atreo y sus sucesores (sus hijos Menelao y Agamenón) estaban bajo una maldición pues él, en lo que parecía ser un banquete de reconcialiación, le había servido a su incauto hermano Tiestes la carne de sus propios hijos, sus sobrinos. Atreo sería asesinado a su vez por Tiestes y Egisto, el único hijo sobreviviente de Tiestes, y Agamenón sucedería en el trono a su padre.
Durante la larga ausencia de Agamenón en Troya, Egisto tomó la casa del nuevo rey y se convirtió en amante de su esposa, Clitemnestra. Ella estaba dolida con Agamenón, ya que justo antes de la guerra de Troya él había ofrecido a su hija Ifigenia como sacrificio humano para la diosa Artemisa. (Artemisa, encolarizada contra los griegos, tenía que ser confortada pues les había enviado vientos contrarios impedían a la flota zarpar hacia Troya)
Agamenón había regresado de Troya en compañía de su nueva concubina, Casandra, hija de Príamo y Hécuba y hermana de Héctor y Paris. Casandra había recibido de Apolo el don de predecir el futuro pero al mismo tiempo había quedado condenada a llevar la carga de que nadie creyera en sus palabras. Antes, ella había predicho la caída de Troya a sus incrédulos compatriotas troyanos. Ahora, histéricamente, pronostica el plan de Clitemnestra, pero resulta en vano. Agamenón, engatusado para que vea en la elaborada bienvenida de Clitemnestra un honor hacia él, es asesinado en la bañera a manos de su esposa enceguecida por el odio:
"Así cayendo exhala su alma y lanzando con su aliento un degüello furioso de sangre, me alcanza con las negras gotas de sangriento rocío, no menos dulce a mi corazón que la lluvia de Zeus para los sembrados cuando el cáliz germina"
como narra exultante Clitemnestra su acción frente a los horrorizados ciudadanos de Micenas. Casandra también cae ante la furia vengativa de su anfitriona.
Pero la venganza da vida a una nueva generación de vengadores, los hijos de Agamenón y Clitemnestra: Electra y su hermano menor, Orestes, quienes se ven impelidos a vengar la muerte de su padre. Después de que el apacible Oretes, azuzado por su más sanguinaria hermana, asesina a su madre y a su amante, es perseguido por las Furias, las terribles diosas de la conciencia vengadora quienes nunca le darán un momento de paz al culpable. Orestes, el matricida, se refugia en el templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas, donde implora justicia. Se organiza un juicio con Orestes como defensor, las Furias como fiscales, y un jurado conformado por ciudadanos de Atenas, incluyendo a Atenea. Los votos resultan divididos a partes iguales entre la condena y el perdón. Entonces Atenea declara que, de ahí en adelante y para siempre, cuando no haya mayoría en el veredicto de un tribunal el acusado debe ser absuelto.
Las Furias, los primitivos e implacables espíritus de la Tierra, están enardecidas, pero la sabía Atenea las alienta a transformarse en criaturas más benévolas y a tomar un nombre nuevo, las Euménides, las bondadosas. Se les asigna un pequeño templo en la base de la Acrópolis, donde se transforman en las patronas protectoras de los atenienses, "estos honrados hombres, de esta raza que logró liberarse del dolor", según las palabras de Atenea, a quienes hay que amar "como un jardinero ama sus plantas".
La Casa de Atreo, aún entre los belicosos griegos, era un sinónimo de salvajismo, por la barbarie latente entre cada uno de los seres humanos y entre la sociedad misma. Las generaciones después de Atreo han sufrido suficiente; es tiempo de que la razón ejerza su poder sobre esta trama de venganza sin término.
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EL ESCUDO DE AQUILES
Publicado por MC en 12:10 Etiquetas: Arte para diletantes
Cuando Tetis le entrega a su hijo Aquilles la nueva armadura celestial forjada para él por el Hefesto el Cojo, Homero dedica más de cien líneas a la descripción del gran escudo donde Hefesto ha fraguado las palabras "dos ciudades /de hombres mortales, bellas". Una de las ciudades está en guerra, asediada por "la Discordia y el Tumulto y allí estaba la Parca perniciosa"; la otra, colmada de "bodas y festines" y cortes que dispensan sólo justicia, y no es simplemente una ciudad en paz sino la Ciudad de la paz, rodeada por una "pingüe tierra y extensa de labor" y cosechadores recogiendo el grano maduro. Hay una viña "cargada de racimos":
Y labraba en él
con perfección notable
el Cojo ilustre un lugar de danza,
semejante a aquel que en otro tiempo
Dédalo construyera en la ancha Cnoso
para Ariadna la de las bellas trenzas.
Allí danzaban mozos y doncellas
que a título de dote valen bueyes,
con las manos cogidas por encima
del puño. Y llevaban las muchachas
sutiles velos, y ellos vestían
túnicas bien tejidas,
ligeramente brillantes de aceite;
además, claro está, bellas coronas
llevaban ellas; y ellos, espadas
de oro que colgaban
de tahalís de plata.
Y unas veces corrían,
impuestos como estaban en el arte
de hacer mover sus pies,
muy fácilmente, como cuando prueba,
sentado, un alfarero
la rueda a las palmas ajustada
de su mano, por comprobar si corre;
y otras veces, en cambio, iban corriendo
en líneas formados,
los unos en dirección de los otros.
Y la gran muchedumbre en derredor,
de pie, se deleitaba contemplando
esta encantadora danza de la rueda;
y dos volatineros, que a la danza
daban principio, hacían cabriolas
por entre ellos, en medio de ellos.
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Y labraba en él
con perfección notable
el Cojo ilustre un lugar de danza,
semejante a aquel que en otro tiempo
Dédalo construyera en la ancha Cnoso
para Ariadna la de las bellas trenzas.
Allí danzaban mozos y doncellas
que a título de dote valen bueyes,
con las manos cogidas por encima
del puño. Y llevaban las muchachas
sutiles velos, y ellos vestían
túnicas bien tejidas,
ligeramente brillantes de aceite;
además, claro está, bellas coronas
llevaban ellas; y ellos, espadas
de oro que colgaban
de tahalís de plata.
Y unas veces corrían,
impuestos como estaban en el arte
de hacer mover sus pies,
muy fácilmente, como cuando prueba,
sentado, un alfarero
la rueda a las palmas ajustada
de su mano, por comprobar si corre;
y otras veces, en cambio, iban corriendo
en líneas formados,
los unos en dirección de los otros.
Y la gran muchedumbre en derredor,
de pie, se deleitaba contemplando
esta encantadora danza de la rueda;
y dos volatineros, que a la danza
daban principio, hacían cabriolas
por entre ellos, en medio de ellos.
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THE WANDERER, AUDEN
Publicado por MC en 11:21
The Wanderer
by W.H. Auden
by W.H. Auden
Doom is dark and
deeper than any sea-dingle.
Upon what man it fall
In spring, day-wishing flowers appearing,
Avalanche sliding, white snow from rock-face,
That he should leave his house,
No cloud-soft hand can hold him, restraint by women;
But ever that man goes
Through place-keepers, through forest trees,
A stranger to strangers over undried sea,
Houses for fishes, suffocating water,
Or lonely on fell as chat,
By pot-holed becks
A bird stone-haunting, an unquiet bird.
There head falls forward, fatigued at evening,
And dreams of home,
Waving from window, spread of welcome,
Kissing of wife under single sheet;
But waking sees
Bird-flocks nameless to him, through doorway voices
Of new men making another love.
Upon what man it fall
In spring, day-wishing flowers appearing,
Avalanche sliding, white snow from rock-face,
That he should leave his house,
No cloud-soft hand can hold him, restraint by women;
But ever that man goes
Through place-keepers, through forest trees,
A stranger to strangers over undried sea,
Houses for fishes, suffocating water,
Or lonely on fell as chat,
By pot-holed becks
A bird stone-haunting, an unquiet bird.
There head falls forward, fatigued at evening,
And dreams of home,
Waving from window, spread of welcome,
Kissing of wife under single sheet;
But waking sees
Bird-flocks nameless to him, through doorway voices
Of new men making another love.
Save him from hostile capture,
From sudden tiger's leap at corner;
Protect his house,
His anxious house where days are counted
From thunderbolt protect,
From gradual ruin spreading like a stain;
Converting number from vague to certain,
Bring joy, bring day of his returning,
Lucky with day approaching, with leaning dawn.
From sudden tiger's leap at corner;
Protect his house,
His anxious house where days are counted
From thunderbolt protect,
From gradual ruin spreading like a stain;
Converting number from vague to certain,
Bring joy, bring day of his returning,
Lucky with day approaching, with leaning dawn.
ULISES, DE TENNYSON
Publicado por MC en 11:12
ULISES
rey junto al fuego quieto del hogar,
rodeado de estériles peñascos,
casado con una mujer ya vieja,
sea el encargado de regir y darles
leyes injustas a este pueblo tosco
que acumula y engorda y que se duerme,
y que no me conoce. Yo no puedo
dejar ya de viajar, voy a beberme
hasta la última gota de la vida:
he disfrutado y he sufrido mucho,
ya sea con aquellos que me amaron
o solo junto al mar, y también cuando
las consteladas ninfas de la lluvia
con ráfagas violentas agitaban
las aguas negras. Yo me hice de un nombre;
de tanto andar con corazón hambriento
mucho vi y conocí: muchas ciudades
y costumbres, y climas, gobernantes,
y no fui despreciado, sino honrado
en todas ellas, y probé el licor
de la feroz batalla, entre mis pares,
lejos, en las llanuras resonantes
de la ventosa Troya. Pertenezco
a todo lo que he visto, y sin embargo
mi experiencia es un arco en el que brilla
un mundo adonde no he viajado aún
y que se aleja siempre que yo avanzo.
¡Qué tedioso poner punto final,
hacer un alto y oxidarse, opaco,
sin relucir brillante por el uso!
¡Como si simplemente respirar
fuera vivir! Cuando una vida, y otra,
y otra después, sería insuficiente.
Ya de la mía va quedando poco,
pero cada hora nueva queda a salvo
del eterno silencio, y además
siempre trae algo nuevo; mala cosa
me sería ocultar mi alma ya gris
pero que se consume en el anhelo
de seguir aprendiendo, como quien
una estrella persigue más allá
del último confín del pensamiento.
Éste es Telémaco, mi propio hijo;
queda a cargo del cetro y de la isla;
siempre lo quise bien, y es criterioso
para llevar a término la empresa
de hacer de este salvaje pueblo un pueblo
civilizado y apacible, poco
a poco, con prudencia, conduciéndolo
a lo que es bueno y útil. Intachable,
abocado a la esfera de lo público,
él no descuidará los dulces ritos
y adorará los Lares de mi casa
cuando yo me haya ido. Que haga él
lo suyo, su trabajo. Yo lo mío.
Ahí está el puerto; el viento hace flamear
las velas de la nave. Ahí brilla oscuro
el ancho mar. ¡Tripulación! Ustedes,
almas que se esforzaron, trabajaron
y pensaron conmigo, almas que siempre
recibieron con júbilo los truenos
o los rayos del sol, siempre oponiéndoles
sus corazones y sus frentes libres –
ustedes ya son viejos, como yo;
pero hay honor en la vejez, trabajos
que realizar en la vejez. La muerte
se cierra sobre todo, pero antes
algún trabajo noble puede hacerse,
algo que no sea indigno de los hombres
que lucharon con dioses. Ya comienzan
las luces a brillar desde las rocas,
termina el día, asciende ya la luna,
sosegados lamentos nos rodean…
No es nunca demasiado tarde, amigos,
para buscar un mundo nuevo, ¡vamos!,
soltemos las amarras, castiguemos
bien dispuestos las ondas murmurantes;
deseo navegar aun más allá
de donde cae el sol, donde se bañan
las múltiples estrellas de Occidente,
hasta que muera. A lo mejor el mar
nos hunde en sus abismos, o quizá
lleguemos a las Islas Venturosas
y veamos de nuevo al gran Aquiles.
Aunque mucho se ha ido, mucho queda,
y aunque ya no tengamos esa fuerza
que en los días pasados sacudió
cielos y tierra, esto que somos, somos:
un mismo ardor de heroicos corazones
menguado por el tiempo y el destino
pero determinado a combatir,
a buscar y encontrar, y no rendirse.
Alfred, Lord Tennyson
Y aquí, el poema original:
ULYSSES
Alfred, Lord
Tennyson
It little profits that an idle
king,
By this still hearth, among these barren crags,
Matched with an aged wife, I mete and dole
Unequal laws unto a savage race,
That hoard, and sleep, and feed, and know not me.
I cannot rest from travel; I will drink
life to the lees. All times I have enjoyed
Greatly, have suffered greatly, both with those
that loved me, and alone; on shore, and when
Through scudding drifts the rainy Hyades
Vexed the dim sea. I am become a name;
For always roaming with a hungry heart
Much have I seen and known---cities of men
And manners, climates, councils, governments,
Myself not least, but honored of them all---
And drunk delight of battle with my peers,
Far on the ringing plains of windy Troy.
I am part of all that I have met;
Yet all experience is an arch wherethrough
Gleams that untraveled world whose margin fades
Forever and forever when I move.
How dull it is to pause, to make an end.
To rust unburnished, not to shine in use!
As though to breathe were life! Life piled on life
Were all too little, and of one to me
Little remains; but every hour is saved
From that eternal silence, something more,
A bringer of new things; and vile it were
For some three suns to store and hoard myself,
And this gray spirit yearning in desire
To follow knowledge like a sinking star,
Beyond the utmost bound of human thought.
By this still hearth, among these barren crags,
Matched with an aged wife, I mete and dole
Unequal laws unto a savage race,
That hoard, and sleep, and feed, and know not me.
I cannot rest from travel; I will drink
life to the lees. All times I have enjoyed
Greatly, have suffered greatly, both with those
that loved me, and alone; on shore, and when
Through scudding drifts the rainy Hyades
Vexed the dim sea. I am become a name;
For always roaming with a hungry heart
Much have I seen and known---cities of men
And manners, climates, councils, governments,
Myself not least, but honored of them all---
And drunk delight of battle with my peers,
Far on the ringing plains of windy Troy.
I am part of all that I have met;
Yet all experience is an arch wherethrough
Gleams that untraveled world whose margin fades
Forever and forever when I move.
How dull it is to pause, to make an end.
To rust unburnished, not to shine in use!
As though to breathe were life! Life piled on life
Were all too little, and of one to me
Little remains; but every hour is saved
From that eternal silence, something more,
A bringer of new things; and vile it were
For some three suns to store and hoard myself,
And this gray spirit yearning in desire
To follow knowledge like a sinking star,
Beyond the utmost bound of human thought.
This is my son, my own Telemachus,
To whom I leave the scepter and the isle---
Well-loved of me, discerning to fulfill
This labor, by slow prudence to make mild
A rugged people, and through soft degrees
Subdue them to the useful and the good.
Most blameless is he, centered in the sphere
Of common duties, decent not to fail
In offices of tenderness, and pay
Meet adoration to my household gods,
When I am gone. He works his work, I mine.
To whom I leave the scepter and the isle---
Well-loved of me, discerning to fulfill
This labor, by slow prudence to make mild
A rugged people, and through soft degrees
Subdue them to the useful and the good.
Most blameless is he, centered in the sphere
Of common duties, decent not to fail
In offices of tenderness, and pay
Meet adoration to my household gods,
When I am gone. He works his work, I mine.
There lies the port; the vessel puffs her sail;
There gloom the dark, broad seas. My mariners,
Souls that have toiled, and wrought, and thought with me---
That ever with a frolic welcome took
The thunder and the sunshine, and opposed
Free hearts, free foreheads---you and I are old;
Old age hath yet his honor and his toil.
Death closes all; but something ere the end,
Some work of noble note, may yet be done,
Not unbecoming men that strove with gods.
The lights begin to twinkle from the rocks;
The long day wanes; the slow moon climbs; the deep
Moans round with many voices. Come, my friends.
'Tis not too late to seek a newer world.
Push off, and sitting well in order smite
the sounding furrows; for my purpose holds
To sail beyond the sunset, and the baths
Of all the western stars, until I die.
It may be that the gulfs will wash us down;
It may be that we shall touch the Happy Isles,
And see the great Achilles, whom we knew.
Though much is taken, much abides; and though
We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are---
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek, to find, and not to yield.
There gloom the dark, broad seas. My mariners,
Souls that have toiled, and wrought, and thought with me---
That ever with a frolic welcome took
The thunder and the sunshine, and opposed
Free hearts, free foreheads---you and I are old;
Old age hath yet his honor and his toil.
Death closes all; but something ere the end,
Some work of noble note, may yet be done,
Not unbecoming men that strove with gods.
The lights begin to twinkle from the rocks;
The long day wanes; the slow moon climbs; the deep
Moans round with many voices. Come, my friends.
'Tis not too late to seek a newer world.
Push off, and sitting well in order smite
the sounding furrows; for my purpose holds
To sail beyond the sunset, and the baths
Of all the western stars, until I die.
It may be that the gulfs will wash us down;
It may be that we shall touch the Happy Isles,
And see the great Achilles, whom we knew.
Though much is taken, much abides; and though
We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are---
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek, to find, and not to yield.
VUELVE LA DIVERSIÓN...
Publicado por MC en 10:08 Etiquetas: wtft
¡ESTAMOS DE VUELTA!...OTRA VEZ
Y no solo por las clases. Quita los cardados. Cambia los relojes por móviles y escucha al profesor: depresión, nuevos aranceles, fracaso,...
Lástima que aquí no nos lleguen a decir qué protagonista es el que está en prisión:
Pero como quedan unas horas, twist and shout!
(La peli se llama "Todo en un día" una de las otras dos o tres en las que logró colarse la prota de Dirty Dancing.)
Y no solo por las clases. Quita los cardados. Cambia los relojes por móviles y escucha al profesor: depresión, nuevos aranceles, fracaso,...
Lástima que aquí no nos lleguen a decir qué protagonista es el que está en prisión:
Pero como quedan unas horas, twist and shout!
(La peli se llama "Todo en un día" una de las otras dos o tres en las que logró colarse la prota de Dirty Dancing.)
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