¡QUÉ CARO!
¡Qué caro me has costado, placer! ¡Ah, quién pudierano comprarte! ¿Por qué te vistes de oro, cieno?
¡Tú, que un instante esparces olor de primavera
y después, para siempre, tristeza de veneno!
¡Gran señor debes ser, sin duda, ya que tanto
puedes sobre las almas que mueren por servirte;
príncipe que mantienes, entre mares de espanto,
verde y en flor de sol, la traidora sirte!
¡Me engañas, y te creo; me hieres, y te adoro1
Y cuando se marchitan los agrios oropeles,
mientras, como un jacinto de seda rota, lloro,
te vas, entre una burla de alegres cascabeles!
Poemas mágicos y dolientes
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