AMORES DESGRACIADOS (II): DAFNE Y APOLO





 Dafne era una ninfa, hija de Peneo, un dios-río que transcurre por la región griego de Tesalia.
Apolo, dios del sol y de la música, era un gran cazador y quería matar una gran serpietne que tenía su guarida en el monte Parnaso. Consiguió su objetivo, pero con ello irritó a los demás dioses, puesto que el lugar en el que la cacería había tenido lugar, Delfos, era sagrado. 
Apolo reclamó el lugar para sí, se apoderó del oráculo y creó unos juegos  que se celebraban anualmente. Orgulloso de su victoria, se burló de Eros, pues siendo un niño llevaba arco y flechas.
Eros decidió vengarse: disparó a Apolo una flecha de oro que le hizo enamorarse locamente de la ninfa Dafne, mientras que ella era a su vez herida por una flecha de plomo que le hizo odiar el amor y especialmente el que Apolo sentía hacia ella. 
Apolo se dedicó a perseguir a Dafne quien huía impelida por un sentimiento de repulsión. Poco a poco Apolo fue reduciendo distancias y cuando ya iba a darle alcance, Dafne imploró a su padre, el río Peneo, para que la librara del acoso.
Poco a poco Dafne se va convirtiendo en árbol: la piel se recubre de cortez, los cabellos enverdecen y se convierten en hojas, sus brazos son ya ramas, los pies se hunden en la tierra y buscan, como raíces, el agua vivificadora,... Se ha transformado en laurel. 
Este árbol será a partir de ahora el símbolo del amor insatisfecho de Apolo, quien, al alcanzarlo, puede aún sentir bajo la corteza que se endurece la tibieza del cuerpo deseado.
Dafne se ha librado del amor, Apolo se ha sumido en la desesperación.
El amor imposible del Dios Apolo inspiró a Garcilaso uno de sus más famosos sonetos, en el que, comparando a su amada indiferente con la esquiva Dafne y a él mismo como el doliente Apolo, recrea este mito:

SONETO XIII
Waterhouse
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

 Esta escena ha sido también recreada en la pintura y la escultura:




 También Quevedo recreó el mito, pero dentro de su poesía satírica:


A Dafne, huyendo de Apolo


"Tras vos, un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del Sol y de la luz huyendo. Él os quiere gozar, a lo que entiendo,
si os coge en esta selva tosca y ruda:
su aljaba suena, está su bolsa muda;
el perro, pues no ladra, está muriendo.
Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
cargado de bochornos y cometas."
Esto la dije; y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras.



A Apolo siguiendo a Dafne


Bermejazo platero de las cumbres,
a cuya luz se espulga la canalla:
la ninfa Dafne, que se afufa y calla,
si la quieres gozar, paga y no alumbres. Si quieres ahorrar de pesadumbres,
ojo del cielo, trata de compralla:
en confites gastó Marte la malla,
y la espada en pasteles y en azumbres.
Volvióse en bolsa Júpiter severo;
levantóse las faldas la doncella
por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna dueña estrella,
que de estrella sin dueña no lo infiero:
Febo, pues eres sol, sírvete de ella.

10 comentarios:

Publicar un comentario

Escribe correctamente tu comentario por consideración a todos aquellos que podrían leerlo